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El "Francés"
En la llana cima de aquella colina
desgastada por el tiempo, denominada "La Peña del Castellar", se asienta
todavía hoy una choza derruida por los azotes del agua y el viento.
Fue habitada por un transeúnte que, por los años 60, llevado por el
instinto de una pasión añorada en el recuerdo de sus antepasados, que
descendían de Villar del Humo, decidió un buen día, convertirla en una
corta y fiel realidad.
De pequeño, su padre le
habló de un supuesto tesoro enterrado en el paraje del "Castellar", en el
término municipal de Villar del Humo; aquella historia que entonces le pareció un cuento
de hadas, hizo un hueco en su mente y, en cuanto tuvo la mínima ocasión, se dispuso
junto a su compañera, a llevar a cabo aquella ficción.
El Sr. Carmona, conocido como
"El Francés", de pelo cano, hablar tranquilo, con la mirada perdida en el
tiempo, ensimismada, limpia e ilusionada; sentado en una piedra peculiar de granito
blanco, miraba al sol, quizás esperando contestación, dejaba pasar las horas y
pensaba..., sin mucha comprensión por parte de los vecinos, lo cual le inquietaba a su
querido reloj de péndulo, amarrado a una cadena plateada que colgaba de cuyo bolsillo y
del cual no se separaba, es más, lo movía para alentar y animar tanto a los visitantes
como a él mismo, con la ilusión puesta en poder encontrar algún día el famoso tesoro
que tanto anhelaba. Lo halló en gran parte, aunque queramos negarnos a la
evidencia.
Su esposa y compañera, la
Sra. Felisa, tan diminuta como excelente persona, ejerció el papel que, por entonces, le
correspondía; acostumbrada a las acomodadas casas en las que trabajó,
prefirió seguir la estrella que iluminaba a su estimado compañero para cumplir, junto a
é1, sus propósitos inacabados.
El Sr. Carmona
con sus hallazgos de restos; arqueológicos tales como huesos, calaveras, vasijas,
cántaros, monedas..., nos demostró que, allí, en tiempos muy remotos, hubo un
asentamiento, con todas estas cosas montó un pequeño museo-exposición en la casa del
pueblo donde vivía, situada en la Plaza de Arriba. Repartió y regaló algunos objetos,
hoy podemos ver algunas monedas expuestas en el Museo Arqueológico de Cuenca (datan del
año 206 a. de C. hasta el 27 a. de C.) recibiendo incluso

felicitaciones navideñas del Rey
Juan Carlos I, ya que le envió algunos denarios, por todo esto se sentía orgulloso de su
pequeño éxito y continuó con la búsqueda.
Lo entrevistaron en la
revista INTERVIU en 1981 dónde dejaba claro que las relaciones con algunos de sus vecinos
no eran tan buenas como podía desear, pues lo apodaban "El Loco", ¿se
puede llamar loco a una persona luchadora, sin economía alguna y sin ánimo de lucro, tan
sólo con su esfuerzo como recuerda el genial poeta Lorca -y sus referencias históricas,
que contribuyó, de alguna forma, al fomento de villas tan ancestrales en la historia,
como lo es nuestro pueblo? Y donde hay tantos valores por descubrir que forman parte de la
historia más antigua que nuestra civilización, por algo ahora, es Patrimonio de la
Humanidad.
Su edad no menguó su esfuerzo
físico, pero su compañera se desvanecía poco a poco debido a los duros inviernos, al
aislamiento, pues ya se habían establecido en El Castellar, fallaban las fuerzas, su
soledad aumentaba, ¿dónde quedaron sus recuerdos? Puede que en el mismo lugar donde sus
ilusiones empezaron y lo que parecía ser una auténtica realidad quedó tan sólo en un
sueño que no acabó de culminar. Allí quedó su HUELLA, la huella de una gran persona
que, sin pretender grandes hallazgos, consiguió que "su verdad" fuera, al fin,
un hecho real.
Los últimos años de su vida
los pasó en una residencia de ancianos en Cuenca. Se le veía pasear por la ciudad y
parecía contento, pero, un buen día quiso volver a sus raíces (en la década de los 80)
y, aunque no sabemos con certeza a dónde se dirigió, todo nos hace suponer que quiso
morir en la ciudad que le vio nacer, con la satisfacción que supone haber logrado su
propósito: vivir aquella historia que de niño quiso creer.
"Te posaste sobre mi hombro
sin pedirme nada,
trinabas y trinabas
yo... te observaba.
Era tan blanca
tu piel vestida
que parecía de nácar
tu dulce canto
me recordaba
una primaveral mañana.
El aire
levantó tus alas
posándote sobre una rama,
fui corriendo
tú... ya no estabas.
Alzaste el vuelo
y buscaste tu nido
allá, entre las montañas.
Pilar Hoyo.