Quelatza, entre el misterio y la historia
Las aguas del Cabriel, aquel Cabriel de las crónicas
prerromanas, siempre buscaron con fuerte y ansiado deseo su plácido descanso en el cobijo
materna de ese cálido Mediterráneo, otrora Mare Nostrum adorado.
Los caminos existen en la memoria del hombre desde el
principio de su existencia.
Desde las tierras altas de la Sierra, entre recovecos y
congostos valles, lamieron cortados de dolomías poderosas y de conglomerados areniscos,
para regar campos históricos de ensamblaje misterioso. En su camino, las aguas
cristalinas de su cauce cruzaron poblados de la Edad del Bronce y saciaron la sed de una
fauna, rica y poderosa, que los hombres del Neolítico tomaron como modelo
artístico.
Aquel Cabriel, creador de vida, fue el conductor de
culturas y formó camino de riqueza en tiempos de fuerte economía.
Entre su lengua transparente, la madera de las altas
sierras cubría caminos inmersos en la historia fiel a corazones indómitos y buscando
sensaciones de futuro, alcanzaba el cúmulo del tiempo.
Nos decía Nuzba, en su crónica musulmana, "... montes
donde crecían numerosos pinos aue, una vez talados, eran transportados hasta el río
Quelatza (Cabriel), cuya aguas arrastraban hacia Cullera y el mar, y desde allí según su
tamaño se envíaban a Denia para emplearlos en la construcción de barcos."
Muchas crónicas medievales nos hablan de la rica madera
de la alta sierra conquense y otras muchas también citan las excelencias y habilidades de
esos enclaves regados por las aguas del Cabriel. Entre núcleos poderosos, el lugar que
algunos cronistas nos refieren como Quelatza pudo, sin exactitud comprobada, tener
emplazamiento próximo a lo que hoy es Villar del Humo o bien, tener punto referencial con
el círculo poblacional de los núcleos del bronce asentados en lo que yo llamo
maravillosa Tierra de Pavobi, dentro de la Sierra de las Cuerdas.
Sin embargo, la historia escrita con referencias
musulmanas nos habla de Quelatza como río Cabriel. Sus aguas transportaron madera
a lo largo de muchos siglos y dieron la riqueza necesaria a los astilleros medievales en
la búsqueda de una flota imperial.
Los hombres de la celtiberia fueron audaces honderos
cuidando el ganado y entre ellos, grupos de hacheros hacinaban la madera para sus propias
construcciones.
En el Medioevo, primitivos cristianos secundaron usos y
costumbres del musulmán culto. Así dio origen a un trabajo cuyo ritual marcó tradición
y carácter. Hacheros de San Martín de Boniches, Henarejos, Campillos de Paravientos e
incluso, Priego y Alcantud, dedicaban largas jornadas en los ricos pinares de Tragacete,
Beamud, Cañete, Boniches y Villar del Humo, junto a las bonacheras encargadas del
quehacer cotidiano.
Las largas cargas de pinos eran arrastradas con
excelente maestría por las corrientes salvajes de un Cabriel poderoso, de un Júcar
intrépido o de un Turia moro. Entre hoces, cortados y congostos valles, bajaban las
hiladas de pinos entre parajes- de inusitada belleza, donde la figura pétrea daba el
encanto deseado. Cuando camino por senderos de aquí me siento trovador de campanario,
campesino sin arado, caballero sin espada y, entre jilgueros y perdices por el día y
cárabos y mochuelos por la noche, supero vivencias de ensueño, esperando que un ligero
sonido me retorne en lúcida sinfonía.
La perdiz cuchichea en el sembrado.
En el sauce del río el mirlo trina.
Cuando amanece, miro hacia el sol y recuerdo que
aquella Quelatza prerromana fue cuna de aguerridos campesinos y supo además, siglos
atrás, albergar alta creatividad conjugada entre la roca y el arte. Así los ciervos,
jabalíes y toros ocuparon lienzo granizado junto a la arenisca elegante al compás del
acicalado pino. Entre sus venas, los pastores locuaces junto a los gancheros aguerridos
surcaron caminos angostos por antiguas vías Antoninas del romano audaz, recorriendo
parajes naturales y haciendo descanso en ventas adinteladas.
Entre Venta Quemada, hogar de deseado descanso, y Torre de
Barrachina, trono adelantado del musulmán moyano, el complejo rupestre de Torre Balbina
te adentra en el misterioso mundo del Paleolítico. En lo alto, montaraz, vigila ese
torreón desdentado como prueba de embrujo de aquellos Benni Zennum que un día formaron
hogar en la Alcalá histórica y recorrieron estos campos audaces.
Entre el Cabriel, señor del territorio
"Quelatzeño" y el Mesto o Vencherque, se reflejan los ojos amarillos de sol,
otoño de los olmos o el verde brillante de los pinos, símbolo de nuestra gente. Aquí
emerge una Villar del Humo agreste, tradicional y bella. Nuestras tierras son pobres, pero
la riqueza llena el corazón del ciudadano de acá, quien, nunca cerró sus ojos hacia
atrás para dar la espalda al destino. Siempre supo defender su sino y su terruño que le
vio nacer en una tierra nuestra, tierra amada y nunca olvidada.
Quelatza acrecienta el misterio de un origen, de un
nombre, de un pueblo o de un pasado. Palabra de hondo sentido natural y esencia pura que
encierra en sí misma la raíz de un carácter, de un sentimiento y de un orgullo
histórico. Confusa en el tiempo, sin claro significado, nos introduce en el mundo natural
más envidiable. Allí unas gentes sentaron santuario rocoso de ensueño y ahora, otras
gentes heredaron su riqueza expresiva, su fuerte carácter y sobre todo, su humilde
sinceridad.
Miguel Romero Saiz.